(Foto por Luis Hernández)
Martín Letona es uno de esos amigos que se convierten en hermanos gracias a los benévolos caprichos de la vida. A Martín –memorable nombre que forja el alter ego de un sujeto a quien estimo aún más– se le quiere por su personalidad comprometida con las letras, al grado de volverse uno con la tarea creativa: para eso nació, para eso fue formulado. Por ello, ya desde su elocuencia –intrínsicamente ligada con su existencia– es admirable.
Conocí a Martín en el 2011 en la Universidad de Texas en El Paso, cuando cada cual estudiaba su maestría; él por supuesto en “Escritura creativa”, y yo en “Literatura en español”. Llegamos a ser compañeros de trabajo en la misma oficina, en la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, donde fungíamos como editores y también llegamos a apoyar en la organización de uno de los congresos de Literatura. No tardamos en hacernos amigos, pues particularmente coincidíamos en un humor ácido. En aquella oficina donde ejercíamos nuestra ayudantía universitaria, se forjó una íntima armonía en un cuarteto compuesto por Agustín Abreu, Lizeth López, Martín Letona y yo. Tal cofradía se mantuvo en una convivencia tan magnífica que evolucionó hasta que nos convertimos en familia. Aquel 2011 fue apoteósico, y quizá podría asegurar ha sido el más feliz de mi vida hasta ahora. Martín desde entonces se caracterizaba por su perfil observador y su postura de cazador de relatos, se notaba su olfato periodístico y una certera experiencia como narrador o cronista.
Recuerdo bien que en aquel entonces él trabajaba en una prometedora novela de título “Todas las muertes de Lázaro”, que de hecho presentó como trabajo para obtener su grado de Máster, y cuyo núcleo anecdótico tejía una lúcida crítica social y política sobre la inseguridad en su natal San Salvador. Tuve la fortuna de leer las primeras versiones de la novela, gracias a que ambos tomábamos clase con el Mtro. Luis Arturo Ramos, un taller de creación narrativa en donde podíamos compartir nuestros textos. Desde entonces me quedó clarísimo que Martín Letona poseía un colmillo literario que sabía combinar la comedia y tragedia de un modo singular, que en definitiva hacía que la lectura de sus historias se volviera una tarea intensa y entretenida.
Hace un par de años publicó su novela “Memoria periodística”, un excelente compendio de honestas estampas del oficio de reportero que muestra la actualidad profesional de dicha profesión, a la vez que revisa la ridícula posmodernidad del planeta. “Memorias periodísticas” aprovecha la modalidad de la “literatura de diarios” y la trasciende gracias a la formación de un tono en primera persona tremendamente genuino. A través de la historia de Mariana Reyes, una galardonada periodista quien enfrenta el inicio de su decadencia, se nos deja ver cuan absurdo puede llegar a ser el mundillo de la prensa, lanzando simultáneamente serios cuestionamientos sobre lo que significa atestiguar fenómenos y hechos que pudieran parecer inverosímiles pero que contra toda duda se pueden asegurar como reales, y por tanto bellos en sí mismos. Así, Martín Letona en “Memoria periodística” (novela que por cierto se encuentra a la venta en este sitio web, y no pueden dejar pasar, guiño), conjuga un testimonio que, a pesar de su artificio, monta una de esas narraciones donde “la realidad supera la ficción”. Mariana Reyes como personaje, y mejor aún como voz narrativa, es confeccionada por Letona como un pretexto para revisar la crisis de la individualidad que vive el ser humano de nuestros tiempos. En ese truco literario y en sus fidedignas preocupaciones temáticas es que observo las mayores virtudes de Letona como escritor.
En esta segunda temporada de “Crónicas de nada” tendremos el privilegio de escuchar dos cuentos de su autoría. El primero, “El año de la cucaracha”, narra una muy particular visión sobre el fin del mundo, que sin duda llega a erizar la piel en más de una ocasión. El segundo, “No hay lugar como el hogar”, aborda la incursión de un sujeto ordinario en un mundo virtual más allá de su propio control, por lo que su manejo de la tensión dramática es impresionante. Espero que cuando los escuchen los disfruten tanto como yo. En serio, no se los pueden perder.
Por lo demás, faltaría únicamente recalcar que, si bien Martín Letona nació para las letras, seguramente es su dedicación la que le otorga su progreso en las mismas. Ahí, en ese pseudónimo, se esconde precisamente la dosis de personalidad necesaria para asumir el arte del cuentacuentos. Como compañero de lucha, trabajar junto a él en proyectos que retan a la imaginación, sigue siendo formidable. Como amigo del alma, mi agradecimiento hacia él es absoluto y hay tantas anécdotas que no alcanza una corta semblanza para detallarlas. Solo puedo decir que espero poder leer mucho más de Letona, su talento lo amerita.